Loli Molina, en el Centro Club Cultural Matienzo (7-XI-2013).


Ella está ahí sola, sentadita en una silla en el medio del escenario cantando acerca de amores tristes acompañándose sutil, pero con firmeza y precisión, con una guitarra eléctrica mientras la gente entra a esperar el show de la banda que sigue. Como quien no quiere la cosa, se empiezan a reconocer letras y melodías que todos, casi sin darse cuenta, empiezan a corear. El desprevenido no puede sino dudar de quien son esas canciones que conoce de la radio como hits latinos o tropicales. Pero no tiene, en definitiva, ninguna importancia, porque en la simple magia de su forma de tocarlas de la misma manera que el resto del repertorio, sin poses, sin condescendencia, sin jugar a ser kitsch, todas son suyas y la autoría pasa a ser una anécdota burocrática. Y esa confusión no solo es una forma de encender al público sino de mostrar su potencial como interprete y compositora.

Rothko Chapel, de Morton Feldman, con Garth Knox, Silvia Dabul, Martín Diez, Fabián Keoroglanián, Grupo Vocal de Difusión. Dirección: Mariano Moruja, en el Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín (5-XI-2013)


Por más que estemos acostumbrados a escuchar música en grabaciones, evidentemente aun queda algo de lo que al oído suma ver a un intérprete haciendo sonar su instrumento frente a uno y la relación espacial entre ejecutantes y público que ni el mejor equipo de audio puede reproducir. Y con obras clave del repertorio del siglo XX que, como esta, proponen formas no tradicionales de producir sonido, aun luego de años de discos, asistir a las escasas oportunidades de escucharlas y verlas en concierto es como conocerlas realmente por primera vez y, como quien cambia reproducciones en un catálogo por pinturas originales, transformar sonidos en música.

Música Europea actual, por United Instruments of LUCILIN, Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín, Usina del Arte (4-XI-2013)


Generalizar siempre es injusto, y mostrar las propias limitaciones quizás impúdico, pero, al menos por lo que acabo de escuchar, no me da la sensación que esté pasando nada muy novedoso con la música europea actual.

Quaderno di strada, de Salvatore Sciarrino. Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín (3-XI-2013).


Por más que intentemos lograr silencio, el mundo siempre hace ruidos y, probablemente, no exista vida sin sonido. Las paredes que crujen, el agua que corre, el viento que sopla, el mismo cuerpo humano, se hacen oír sin que podamos evitarlo. Quizás por eso, el comienzo con una obra para flauta sola a un volumen casi por debajo del de un suspiro y su pretensión de un silencio imposible me resultó algo irritante. Pero con la pieza posterior para voz y quince instrumentos, la sensación se invirtió y creí asistir a la extraña alquimia de lograr transcribir esos ruidos involuntarios en pequeñas melodías y ritmos mimetizándolos en las más variadas formas de ejecución posible de los instrumentos de la orquesta. Lo que era ruido que me impedía disfrutar de la música se sincronizó de tal manera con lo que los músicos tocaban en escena que despareció por completo integrando obra y contexto en una música atrapante e hipnótica.

Aca Seca + Diego Schissi Quinteto, en Café Vinilo (30-X-2013).


La escenografía de hoy, con estructuras de maderas en desuso que bien podrían ser un cuadro cubista que cobró vida se me hace la perfecta y sensible traducción de la música que suena: una obra imposible, de formas que solo la imaginación permite, en pleno fervor, no se sabe si de construcción o de destrucción; probablemente de ambos a la vez. Tantas tradiciones al mismo tiempo dinamitan y vuelven a crear la música argentina en una sola jugada magistral. Podemos reconocer de donde vienen algunos de los materiales musicales que usan, pero cuando no están al servicio del virtuosismo instrumental, sino de la canción, no queda otra que abandonar los mapas preestablecidos y dejarse llevar por el ensamble cada vez más justo de esto que ya no es un quinteto más un trío, sino un octeto que, por suerte, acaba de grabar su primer disco esta noche.

Café Tacuba en La Trastienda (29-X-2013)

El piso de La Trastienda temblaba mientras todos cantábamos como un mantra aquello de "No me hubieras dejado esa noche, porque esa misma noche encontré un amor", y volví a entender que un recital es un poco eso: como dejarse ir del mundo y encontrar un amor a la misma vez fugaz y eterno, y en un fragmento de una noche entrar en comunión con amigos y amantes que uno nunca conocerá y con los que no necesita cruzar más que una mirada anónima. Al contrario de lo que sucede demasiado habitualmente en esta época de música más de corporaciones que de cuerpos, cuando parece que el show llega a su fin el cantante se brinda con un "¿hay alguna otra con la que los podamos complacer?". Varias rolas más tarde y pasadas las dos horas y media de fervor, en vez de huir, los músicos se despiden desde el escenario estrechando las manos del público confirmando, sin demagogia, que, por ese romance, vale la pena darlo todo.

DMC + Molotov, en Vorterix (16-X-2013).


Se ve que la cara que yo recordaba era la de Run, porque durante los primeros temas no tuve del todo claro que el musculoso que rapeaba en escena fuera el verdadero DMC o solo un soporte desconocido. Encima, como el mal sonido no dejaba entender las letras, la cosa era más o menos como escuchar una payada sin entender castellano y, por más que algunos trataban de imitar los pasos de baile de los videoclips y ponerle onda, evidentemente no siempre alcanza con buen ritmo para mover los acartonados cuerpos porteños. Confieso también que ver a tantos pibes disfrazados con gorritas como yo usaba 25 años atrás me dio algo de impresión, pero de a poco fui reconociendo viejos temas de la época de gloria y para cuando sonó It's tricky ya se me puso la piel de gallina de la emoción. Con el remate final de DMC con Molotov en escena tocando Walk this way, creo que directamente cumplí los 40 por anticipado. Y ya que estaba, me los fui a festejar saltando hasta el cielo desde el pogo de los mexicanos. Total...

Alvy Singer Big Band en Niceto Club, Lado B (26-IX-2013)


Aunque ver un show en la comodidad de un mesa cerca del escenario siempre es un buen plan, es evidente que esta música pide a gritos que los cuerpos se muevan más allá de los límites del recatado marcado de ritmo con el pie mientras se está sentado en una silla. Un espacio con planta libre y sin obstáculos es un más que grato ámbito para desplegar las canciones del disco más reciente del grupo -donde la síncopa del jazz se confunde con la del ritmo canyengue de la cumbia- y de oportunos nuevos arreglos bailables de viejos éxitos como Dos Girasoles. Ahora sí puede empezar la primavera.

Primer verdor, de Fer Isella Julian Gomez y Federico Perettii, en Café Vinilo (21-IX-2013)

Se borran los contornos, comienzan los diseños del sueño; regresan por su dueño los sueños de la noche anterior, mis jardines eternos, mis lagunas de niebla y de miedo, rincones escondidos, lugares donde sólo estás vos. Por suerte, no siempre hay necesidad de buscar palabras para lo que uno vive algunas noches, porque hay gente como Fernando Cabrera que, sin saberlo, ya las había escrito antes.

Marcelo Moguilevsky en Café Vinilo (19-IX-2013)


Cuando silba la misma melodía que improvisa al piano con la naturalidad y la precisión de quien respira, transforma un papel que se arruga en música, hace un solo impresionante con un flautín, logra sonidos interesante con un shofar o exprime cualquiera de los tantos aparatos que lo rodean cuyos nombres desconocemos, me hace recordar que un instrumento no es más que aquello que sirve de medio para hacer algo o conseguir un fin y que la música es el músico y no la tecnología con la que la lleve a los oídos del público. 

El mató a un policía motorizado, en Groove (31-VIII-2013)


¿Esto siempre fue así y yo no lo ví o pasó hoy, nomás? Largos, casi eternos, interludios instrumentales, a veces rítmicos, a veces más bien climas o texturas distancian una canción de otra y apaciguan las bravías aguas de esa marea humana. Y el pogo, que a simple vista parecería no necesitar más que un mero pulso para existir, revela su inesperada contracara, la de un monstruo al que solo despierta la melodía, la letra, el canto y que vuelve a su letargo hasta que la voz humana vuelve a activarlo.

"High and Dry" ( Seco Remix by Julian Gomez). Radiohead cover. Loli Molina Fer Isella

Al final pasó lo que debí haber temido y ya no puedo dejar de escuchar música nunca más, porque todo es música y por lo tanto no puede terminar mientras existamos. Cada sonido posible se puede combinar con el resto de alguna manera si se está abierto a percibirlo y reconocerlo. Todo coincide con algo. No se puede fallar.

Odio a mi familia (Mezcladito Argento). Escenas de Compositores y Escritores Argentinos Contemporáneos: músicas de Daniel Soruco, Martín Liut, Pablo Mainetti, Victor Torres, Guillo Espel y Matías Couriel, por Solistas del Coro y de la Orquesta Uba de la UBA, dirigidos por Andrés Gerszenzon, en el Centro Cultural Ricardo Rojas (18-VIII-2013)


Algo que últimamente me produce cierto aburrimiento de la llamada música contemporánea es su excesivo respeto a ciertos dogmas, a aquellos presupuestos acerca de como se supone que debe ser una música académica de hoy, que muchas veces producen más temas de análisis u obras para entender que música para escuchar. Parecería estar activándose una generación que intenta repensar un poco algunas convenciones francamente antiguas que en un momento fueron herramientas para crear músicas nuevas y que hoy en día ya están más cerca de ser una limitación para ese mismo fin. Queda mucho por revisar acerca de modos de composición, de interpretación y de performance y cada compositor tiene sus propios intereses, necesidades y caminos, pero cada gesto hacia la verdadera libertad sonora o al menos al placer estético y la comunicación, es bienvenido.

Pablo Malaurie en La Trastienda (8-VIII-2013)


Si a vos te parece que es por ahí, dale pa'lante, aunque los que todavía no se hayan dado cuenta te digan que no se puede y que hay neblina y no se ve adonde vas y que debe estar lleno de baches y te podés tropezar, porque con el diario del día siguiente cualquiera se saca la grande y a veces para que te escuchen tenés que prender todos los equipos al taco y sonar fuerte, que el que no llora no mama y el que no afana es un gil y aunque suene a poster es cierto eso de que no hay camino y que se hace camino al andar, que igual, si tenes una voz propia solo competís contra vos mismo, así que mira pa'lfrente y dale, que hay ir a más, que cualquier paso adelante es mejor que estarse quieto y ser un vigilante, vos cambiá, aunque sea por cambiar nomás, aunque haya mucho que laburar y quede bastante por hacer, si al final, para llegar adonde no se supone, hay que poder ver el camino que otros no ven.

El mató a un policía motorizado, en Teatro Vorterix (26-VI-2013).


Aunque se supone que es un lugar dedicado al rock, el personal de la sala parece entrenado para tratar a la gente con desprecio, como si el público molestara, y el sonido es bastante deficiente, con bajos excesivos y acoples constantes. Sin embargo su sala sin butacas tiene unas proporciones que favorecen un show como éste, con una profundidad que permite ir y venir fácilmente de la entrada a la boca de un escenario ancho que crea un buen espacio para el pogo y el desenfreno de una cantidad de personas que no es fácil juntar en otras salas locales. Es que, al contrario de otras músicas que invitan a la escucha concentrada e íntima, las melodías, las letras y los ritmos de estas canciones son más bien para vivirlas y llaman hipnóticamente a la participación, al canto y el salto desaforado. Algo así como un partido de fútbol sin competencias sanguinarias donde todos hinchan por un único equipo y ganan sin necesidad de que otro pierda. Y esta noche..., por goleada.


Martín Buscaglia en Café Vinilo (21-VI-2013).


Hay algo que está más allá de que componga muy buenas canciones, sea un un buen intérprete o que logre sostener a solas con su guitarra y su voz un show de dos horas. Algo que no se puede estudiar en ninguna escuela, pero que le permite llenar salas con un público que lo sigue al detalle y responde a cada gesto casi con devoción, ya sea para cantar, marcar un ritmo con palmas, hacer un coreografía infantil, reírse de un chiste o celebrar una larga anécdota o un poema leído, con una intensidad no tan habitual. Se lo puede llamar, ángel, onda, encanto, empatía o como se quiera, pero este tipo lo re-tiene.

Cuarteto Argentino de Saxofones, en Café Vinilo (19-VI-2013)


¿Como hacer arreglos instrumentales de canciones populares reemplazando el interés y las variaciones que sobre una misma melodía aporta la letra por algo que no sean solos o improvisaciones jazzeras?¿Que hacer con las soluciones que, desde la academia, ensayaron los compositores del nacionalismo musical argentino con suerte por lo menos diversa y sus múltiples cielitos, huaynos o malambos para orquesta?¿Como aportar algún punto de vista diferente a temas como los del Cuchi Leguizamón que han pasado ya por infinitas versiones? La combinación de los timbres de cuatro saxos con los inteligentes arreglos de Fernando Tarrés, Guillermo Klein, "Pollo" Raffo, Lilian Saba, Juan Quintero y Nicolás García Medici bien parecen tener (sobre todo cuando se animan a no apoyarse en el ritmo pulsado) atractivas pistas para seguir.


Pablo Dacal / Nacho Rodríguez. Ciclo Hay Otra Canción, en ND Ateneo (13-VI-2013)


A veces uno escucha mil veces una canción grabada en la soledad del hogar o la intimidad de un par de auriculares mientras se recorre la ciudad, pero al verla tocada en vivo muchas veces esos sonidos y esas palabras se transforman más allá de lo previsible. Frases como "Más allá del bien y el mal, esto tiene que cambiar" se resignifican con un sentido mucho más amplio y trascendente arriba del escenario con siete compositores de la misma generación turnándose para cantar una estrofa y completando, con sus rostros, sus cuerpos, y con la confluencia de su música sonando para el grupo de gente que asistió al concierto, la humanidad y el sentido colectivo y diverso de la canción.


Ernesto Jodos, en Onyx Club (6-VI-2013)


Los cuatro músicos cierran los ojos para tejer esa compleja trama, y si ellos no necesitan mirarse, ¿por qué no probar y dejarse llevar como como un ultraliviano que se eleva con gracia arrastrado por una corriente de aire caliente, como un surfer que encuentra el momento justo para conectarse con una ola, como un bailarín a punto de saltar por los aires, como dos amantes que se miran y comienzan a acercarse antes de que sus cuerpos se junten por primera vez, como estar en un acogedor club de jazz que la ciudad aun no descubrió, cerca de casa pero a miles de vidas de distancia a la vez, sin nadie alrededor excepto un mundo de sonido en el que uno quisiera quedarse a vivir? Les pido que sepan disculparme si me pasé de poético con el comentario, pero si no vuelvo... no se preocupen, que valió la pena.

Gabo Ferro en La Oreja Negra (18-V-2013)


No se si es esa voz tan particular que tiene con esos matices extremos que alternan frecuente y constantemente -casi como si hubiese dos voces paralelas- del susurro hasta los agudos sostenidos y potentes, a veces cristalinos pero que de a ratos mutan hacia el lado del quejido casi animal; no sí si son los temas de los que hablan sus letras o su forma de escribir; no sé si es ese particular personaje que supo construir, de ex punk sufrido resucitado en historiador/intelectual con doble vida como cancionista. No sé yo explicar que es exactamente lo que lo destaca, por qué Gabo Ferro logra con frecuencia llenar, más que otros de su generación y de estéticas no tan lejanas, salas de no poca capacidad -aun en noches de frío y lluvia como esta- y generar una empatía y adhesión infrecuente en un público que hasta le festeja los chistes y desoye su intento de convencerlos de que esta noche no está cantando del todo bien. Algo de esa voz y esas palabras pueden tener que ver quizás la gran recepción del segmento final cantado a capella, casi como si necesitara liberarse de la guitarra. Me imagino que cada uno tendrá su propia hipótesis de que es con precisión lo que hace la diferencia. Yo, al menos por ahora, no. Pero bueno, si pudiera explicar estas cosas sería quizás un productor y no un comentarista trasnochado.

Edgardo Cardozo en Café Vinilo (1-V-2013).


Fui de vuelta a ver a Edgardo Cardozo y me sentí un poco como el protagonista de aquel viejo chiste acerca de un grupo de amigos que se juntan, precisamente a contarse chistes. Como después de un tiempo se repetían, empezaron a numerarlos y en las reuniones solo se los escuchaba decir cosas como "¿Se acuerdan del 2?" o "¡Que bueno que es el 16!", hasta que alguien, de repente, ante la mención de uno de los tantos números, larga una tremenda y sonora carcajada. El resto se sorprende, claro. "¿Y de que te reís", lo increpan; "¡Es que no lo conocía!". Bueno, aunque yo medio que ya me sé todos estos cuentos de memoria y escuché estas canciones mil veces, me sigo riendo como la primera vez.

Francisco Bochatón en Ultra (17-IV-2013)


De tanto escucharlas, cierto tipo de bandas de rock como estas tienden a resultarme ya algo repetitivas y aburrirme un poco, y sin embargo aquí pasa algo distinto. Hay algo que me lo vuelve interesante y no me doy cuenta qué es, hasta que Bochatón decide no cantar uno de los temas y obliga a su bajista a tomar el micrófono, obviamente contra su voluntad. La banda sin voz suena a escenografía, pero cuando entona tímidamente algunas frases empieza realmente la música y ahí me cae la ficha de que lo que me atrae es ni más ni menos que la melodía, la forma particular, el estilo creativo y escapando de las opciones más previsibles con el cual se despega, se destaca de esa base sonora. Parece una obviedad, pero sin ese vuelo, ese carácter, el mundo sonoro es mucho más gris. El segmento del autor a solas con su voz y su guitarra con el que arranca la segunda parte del show permite confirmarlo. La melodía. Tan simple, tan importante, tan difícil y tan mágico.

Botis Cromatico en Café Vinilo (13-IV-2013).


En principio, cuando voy a ver un concierto y aparece en escena un tipo disfrazado y hablando con voz de caricatura tiendo a querer salir corriendo. Pero en cuanto el Botis empieza cantar se nota que hay algo más detrás de esa actitud payasesca. De alguna manera sus canciones (sus letras, sus cambiantes ritmos y armonías) y la forma de interpretarlas (su forma cuasi salvaje de tocar la guitarra y las inflexiones y matices de su voz) están consustanciados con ese personaje que tiene mucho de teatral sin ser teatro, y tiene humor sin ser humorístico, pero, a la vez, lo exceden. El balance de todos estos elementos no es sencillo, pero el fervor de su público muestra como una vez que se logra entrar en su particular mundo es difícil salir.

Stanley Jordan en el Auditorio de Belgrano (13-IV-2013)


En vivo, las frecuentes imprecisiones y pifies de su mano derecha hacen extrañar un poco los discos, pero cuando logra momentos de iluminación y ajuste como -al menos esta noche- en Autumn Leaves, Stairway to Heaven o Blue Monk, es realmente fascinante. Su particular forma de tocar la guitarra con ambas manos digitando sobre el diapasón oscila entre el acto circense y la técnica de ejecución asombrosa, pero aunque la gente se deslumbre y festeje los momentos de mayor virtuosismo y velocidad, lo que parece sostener la posibilidad de mantener, solo con su guitarra en escena, la atención durante todo un concierto, parece estar más en sus arreglos (entre los que se destacan sus versiones de Eleanor Rigby o de un fragmento de Mozart) que, en combinación con el particular timbre que le arranca al instrumento aportan una mirada aun fresca y original a piezas ya archiescuchadas. Y, más allá de todo, es un continuo recordatorio de que casi todo se puede hacer de otra manera de como se supone que se tiene que hacer. Y no es poco.

Carta a los responsables de boliches y salas de conciertos de Buenos Aires

Buenos Aires, abril de 2013

Estimados responsables de boliches y salas de conciertos:
Como asistente habitual a espectáculos musicales en la ciudad de Buenos Aires, valoro mucho su trabajo, sobre todo teniendo en cuenta las no pocas dificultades que implica mantener espacios culturales abiertos. Pero, digo yo, ¿no iría siendo hora de terminar con esta ridícula tradición de larga data de anunciar espectáculos a horarios que no tienen nada que ver con cuando realmente están programados para empezar? No somos gente puntual y, entre nosotros, 20 o 30 minutos de demora no escandalizan a nadie, pero ¿que necesidad hay de hacernos ir una o hasta dos horas antes de que esté previsto arrancar los shows? ¿Que hace falta para empezar a ponernos de acuerdo y no hacernos perder el tiempo en vano?
Gracias.


Uriel Kitay y Balkan Spice / Fadeiros, en La Oreja Negra (6-IV-2013)


Los rótulos de géneros son parte importante de como la industria nos ha acostumbrado a entender y organizar la música que consumimos/escuchamos. Pero lo que distingue a muchas versiones actuales de los que definimos con esos nombres -jazz, tango, chacarera, cumbia, fado y mil etcéteras- es cada vez más borroso; pareciera que más allá de matices (o de las letras), las mil variantes y posibilidades de la canción occidental en distintos lugares del globo tienen más elementos en común que diferencias. Quizás por eso una banda de fado y otra de música balcánica integradas por argentinos pueden compartir un escenario y hacer canciones portuguesas, brasileras, búlgaras, sefaradíes o un clásico del jazz como Caravan de Duke Ellington (pequeño ejemplo de como darle un color exótico a una composición con mínimos elementos), o incluso composiciones propias; quizás por eso los músicos de una banda pueden tocar de invitados de la otra con instrumentos de otras regiones y ensamblar como si pertenecieran a la misma tradición hablando un idioma separado nomás por algún acento local. No es que la música sea un lenguaje universal, pero quizás vivimos en mundos mucho más pequeños de lo que nos damos cuenta.

Gary Clark Jr. en el Teatro Vorterix (5-IV-2013)

A veces viene bien recordar una vez más que con una estrategia de comunicación y promoción adecuada se puede vender casi cualquier cosa, hasta incluso llenar un teatro tanto con gente que seguramente nunca escucharía blues como con público experimentado y que se diría capaz de un mejor discernimiento. Pero cuando una audiencia se convence de que debe gustarle algo, es difícil de disuadir o al menos de lograr que crean más en los sonidos que en los discursos. Si escuchase una banda como esta en un bar mientras tomo una cerveza seguramente me daría vuelta y me parecería que la banda que suena de fondo está muy bien (porque evidentemente es una correcta banda de blues y su líder un buen intérprete), pero si anuncian que vamos a escuchar al heredero de Hendrix, voy con la expectativa de encontrar a un gran guitarrista que tenga un sonido personal, creatividad con sus solos, quizás una voz que lo identifique o al menos carisma. Frente al aval de vacas sagradas como Jagger y Clapton, seguramente cualquier opinión que un simple mortal pueda dar quedará descalificada, y quizás Gary Clark Jr. sea el próximo gran nombre en la historia del blues, pero si es realmente así, esta noche lo disimuló con gran eficiencia.

Pablo Dacal en La Dulce Barracas (4-IV-2013)


Pablo Dacal ha interpretado ya sus canciones con diversas formaciones instrumentales a lo largo de su carrera. Pero si consideramos la posibilidad de hacer una música popular de color inequívocamente local y contemporáneo a la vez como una especie de santo grial de la música argentina, con la combinación del acompañamiento de dos guitarras que puntean endiabladamente al más puro estilo tradicional criollo (a caballo entre lo rural y lo urbano) con su timbre de voz y su forma de frasear sus melodías que, claramente acusan la influencia de, como mínimo, el rock, parece haber encontrado una especie de eslabón perdido. Cuando interpreta sus propias composiciones con este formato logra un resultado (y el ámbito elegido no hace más que potenciarlo) que no termina de ser claramente ninguno de los géneros establecidos -llámese, tango, milonga, zamba, chacarera o como se quiera- pero que suena a música tradicional de por acá y, a la vez, uno puede escuchar, en música y letra, que es hija natural de nuestro presente.

Kaiser Chiefs en La Trastienda (3-IV-2013)


Hubo un tiempo en que la innovación era un valor dentro del rock, en que una banda que quisiera lograr un mínima relevancia tenia la obligación de sonar claramente diferente de las de generaciones precedentes. Parece que hoy ha corrido ya tanta agua bajo el puente que, o eso es mucho más difícil de lograr o se ha transformado directamente en una idea obsoleta. Los Kaiser Chiefs hacen un muy buen recital de rock, con canciones gancheras y cantables, pero no demasiado pegajosas y radiales, con energía suficiente para mover a un público bien predispuesto con el solo combustible de su música; un recital de esos que se disfrutan en un espacio como éste, de un tamaño a escala humana pero sin butacas ni mesas ni obstáculos, con la posibilidad de moverse y ver como corresponde. No escucharlos no es un bache en tu cultura musical o rockera, no verlos es una pena.

Agostina Elzegbe en el Café Vinilo (2-IV-2013)


De puro prejuicioso nomás esperaba otra de las muchas chicas que con mayor o menor suerte cantan canciones más bien previsibles, pero me encontré con una guitarrista y compositora que hace canciones. Y se nota la diferencia entre ambas cosas. Se ve, por ejemplo, en el delicado balance que logra entre entre música, letra, técnica en el instrumento y forma de cantar; al ver sus dedos ir y venir de una punta a la otra del diapasón con precisión y creatividad, pero sin la obsesión por el virtuosismo de los solistas de guitarra, y al escucharla cantar no con esas grandes voces de las cantantes sino con las personalidad y el estilo que su obra requiere; al lograr, por lo menos, sorprender a un prejuicioso desprevenido un martes por la noche.